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miércoles, 31 de diciembre de 2014

LA GRAN AVENTURA

LA  GRAN  AVENTURA


Llamativo el título. Lo pensé bastante. Mirando hacia atrás no veo mi sombra, si veo la locura, la irresponsabilidad. Se puede explicar que siempre llevé al límite mis fuerzas, con la ELA. Hasta que no podía más.

 Según Wikipedia, Aventura significa, “que es una experiencia de naturaleza arriesgada normalmente compuesta de eventos inesperados, en muchas ocasiones estando presente cierta clase de peligro

PUCA

En una oportunidad estaba tomando sol, en el parquecito de mi casa con un mate, el diario  y escuchando música. Ya el día mostraría su final, su adiós, y decido entrar a casa. Me levanto con esfuerzo de la silla. La falta de fuerzas en mis piernas eran más que evidentes. Tambaleaba, me tomé unos segundos para estabilizarme. Mientras tanto la perra,  bautizada con el nombre de Puca, me seguía a todas partes. Camino sobre el césped, tenía puestas mis ojotas, me tropiezo y muñeco al suelo. Todo en cuestión de segundos. Imposible levantarme por mis propios medios. Sorpresivamente la perra se me acerca, su instinto le indicaba que esto no estaba bien. Su amo debería estar parado o a lo sumo sentado, no desparramado en el suelo. Empieza a pasar su lengua por mi cara y mi cabello y gime, llora… al cabo de unos segundos ladra, hasta que sale mi señora y mi hijo y me levantan. Ya Puca cambió, solo quería jugar.
Hasta el día de hoy cuando llego a mi pecera, espacio donde tengo mi PC , lugar que cuenta con grandes ventanales, viene a verme y se tira ahí hasta que me retiro. Creo que siente mis caricias en el espacio imaginario. Hermosa perra.  

MI TRABAJO CON LA ELA

La gran anécdota, o la gran aventura con mi enfermedad, fue con el trabajo. Mi ocupación y mi responsabilidad era el área comercial. Y esto me obligaba a visitar durante todo el día a mis clientes. Amaba mi trabajo, era mi pasión. Siempre me agradó relacionarme con la gente.  Y siempre agradecí a Dios por darme ese lujo, trabajar y auto sostenerme con lo que siento y me gustaba. Un privilegio.

 Y a medida que el tiempo pasaba, mis falencias físicas se hacían cada vez más evidentes, el brazo derecho casi no me respondía. Pero yo hasta ahí nada decía. A la hora de estrechar el brazo con la mano derecha para un saludo, ya no lo podía hacer y saludaba con el brazo izquierdo. El cliente supongo se sorprendía, pero nada decía. Me ofrecía un café y mi mano izquierda era la que sujetaba el pocillo. 

Hubo un momento en que pedía a Dios que nadie me invite a un almuerzo. Mi orgullo no me permitía mostrar a la gente mis debilidades. En esa época tenía una fuerte lucha interna; mostrar mi fortaleza y por el otro lado el acoso implacable de la ELA. También estaba confundido, pues ignoraba el grado de avance de mi patología. Peor aún, vivía con evidentes contradicciones.

Mi brazo y mano izquierda, hasta ahí me ayudaron en todo. Siempre fui diestro y a la fuerza entrené la izquierda. Para manejar el auto, al volante  iba la izquierda y la derecha siempre apoyada sobre la palanca de cambios. Hasta ahí en algo me servía, ya que para meter un cambio también me ayudaba con el cuerpo. No obstante para muchas cosas necesitaba de las dos  manos, y en los aspectos más cotidianos como contar billetes, cheques, etc. Era un verdadero suplicio. Y la escritura ya casi la había perdido. 

Pero, todos sabemos que el paso del tiempo es implacable, y que deja sus huellas. Algo normal  en definitiva,  pero de difícil aceptación para las personas.

Mientras tanto mis moto neuronas seguían muriendo, y ya estaban afectando las piernas y mi otro brazo. Visitaba una empresa y ya pesaba en mi cabeza, el pensamiento,  como voy a subir la escalera. Un simple acto como presionar un timbre para anunciar mi presencia, ya era una dificultad. No podía levantar el brazo y mucho menos presionar con el dedo el llamador.  Se destraba la puerta y tiraba mi cuerpo encima de ella para abrirla. Mis extremidades superiores estaban ya muy débiles como para empujarla.  Una vez adentro me esperaba una larguísima escalera, respiraba hondo, sujetaba con mi mano derecha el maletín, porque algunos dedos aún respondían. Y la izquierda para tomar los pasamanos y colaborar con mis piernas. Llegué a destino y Juan Carlos me esperaba con un café…  estaba algo cansado.

Un hecho parecido, ocurrió en mi propia empresa. Con dificultades subí la escalera, y cuando llego al último escalón mis rodillas se vencen, y caigo sobre ellas. Mis compañeros, sorprendidos, me ven y ayudan a levantarme. Ya solo no lo podía hacer. No sé qué habrán pensado. 

Asimismo,  y a medida que pasaba el tiempo, mi cansancio aumentaba. Me era imposible manejar en esas condiciones, necesitaba descansar. Por lo cual me acercaba a la playa de estacionamiento de algún hipermercado o shopping para descansar un poco, realmente lo necesitaba. Manejar en un estado de somnolencia era un verdadero peligro. No necesitaba más de media hora y ya me sentía mejor.

Visito a un cliente muy amigo mío, Eduardo. Era costumbre que ni bien llegaba las empleadas servían unas masitas, un café, o un vaso de jugo . Y en una de esas tardes tomo el vaso de jugo con las dos manos, apoyo mis codos sobre el escritorio y trato de subir el vaso a mi boca… era tanto el esfuerzo, que ambos brazos cedieron y al piso vaso, jugo,  y yo todo empapado. Sentí mucha vergüenza. Por supuesto que todos me ayudaban.
Es algo muy curioso, y lo entiendo de alguna manera, nadie me preguntaba sobre mi enfermedad. En general la gente no lo hacía por respeto. No obstante yo necesitaba y quería que me pregunten. Me daba paz compartir mi problema. Me relajaba.

Relataré con total crudeza episodios cotidianos que me pasaron. Sin prejuicios. No se asusten.  Como ya dije, a medida que pasaba el tiempo la ELA avanzaba sin prisa y sin pausas. Cuando tenía que ir al baño para hacer mis necesidades. Era todo un tema. Bajar el cierre de la bragueta, sacar el pene, y volver a cerrar la bragueta era verdaderamente traumático. No tenía fuerzas y mucho menos tomar el pestillo del cierre. Me recostaba contra la pared para ayudarme a finalizar este proceso, largo y eterno…

Una vez en el baño de mi empresa estuve 40 minutos para este mismo proceso, ya me estaba rindiendo, a punto estuve de llamar a algún compañero que me ayude. Pero mi ego no me dejó. Así que dejé la bragueta abierta y abotone mi saco para ocultar la zona y que nadie lo viera.

Cada vez más me costaba conducir el auto. Me era muy difícil doblar las esquinas, a pesar que la dirección del coche era muy liviana y dócil. Y para bajarme del auto era otra traba. Era muy bajo. Nunca lo debía estacionar a lado del cordón, y por el contrario para que yo pueda bajar sin dificultades, la parte del conductor hacia la mitad de la calle, era más alto y bajaba más cómodo. Mis rodillas resistían mejor.

Ya más adelante, para doblar una esquina,  cuando me acompañaba mi esposa, le pedía tome el volante y me  ayudara a doblar. Solo ya no me daban las fuerzas. Mis brazos ya mostraban evidentes signos degenerativos. Estaban extremadamente delgados. Mis hombros eran piel y hueso. Ya estaba muy cerca de abandonar el auto. Me resultaba una tortura. Y hoy pensándolo bien es un milagro que nada me haya pasado. A Dios gracias.

Finalmente,  y dejo muchas anécdotas sin contar, me veo obligado a dejar el auto.  Un poco antes tuve un episodio con un pie, el derecho, ya no me respondía. Lo apoyaba en el acelerador, y no lo podía levantar y por el contrario con el mismo peso del pie más aceleraba el auto. Fueron momentos desesperantes. Ese día le dije a mi hijo que me levante la pierna. Estacionamos y descansé unos minutos lo suficiente para volver a mi casa. Conclusión, ya me era imposible conducir.

Párrafo aparte para la empresa en que trabajaba. En todo momento me sentí contenido y acompañado. Nunca me han dejado solo hasta hoy. Todo el personal, desde el dueño Enrique, Adal, Leo, Gabi, Mariano, Ana, Pablo, David, Emanuel, Adrian… no tengo palabras para agradecer tanto. Ya dejaron de ser compañeros, son amigos, son hermanos… he compartido tantas experiencias con ellos, buenas y malas. Hoy tenemos unau realidad como empresa, de gran crecimiento. Y tengo un enorme orgullo por ella. Porque formé parte de ese crecimiento. Era como un hijo más. Elevo en mi pensamiento una copa del mejor vino tinto y digo ”salud Pringles San Luis” y gracias por estar.

Cierro por hoy esta etapa,  con una frase de humor,
  “Me gusta y me fascina el trabajo. Podría estar sentado horas y horas mirando a otros cómo trabajan”. Jerome Klapka Jerome (1858-1927) Humorista inglés.

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