Por Víctor Corcoba Herrero
Tiempo de Lectura 9'
A veces da la sensación de que todo el
mundo se mueve bajo sospecha. Nadie se fía de nadie. Todo lo enseñamos sin un
mínimo de amor. Estudiamos el cuerpo humano sin alma. El lenguaje sin estilo.
El habla sin docencia. La historia sin lenguaje. No sé si la conciencia ha
muerto en el ser humano...
A los hombres de ciencia les encandilan
las especies. A ciertos artistas, como el pintor granadino Santiago Moreno
Jiménez, les entusiasman las razas. Y así prepara una exposición que llevará
por título “la cultura del mestizaje”, para finales del actual mes de agosto,
en San Lorenzo del Escorial (Madrid), donde al pie de uno de sus cuadros,
refrenda: “No importa quién seas, de donde seas, o si vas o vienes...” También
a determinados pensadores les ha preocupado el individuo, sobre todo el que es
diferente a nosotros. Ya lo advirtió Rousseau en el “Emilio”, cuando escribió:
“Todo patriota es duro con los extranjeros... lo esencial es ser bueno con las
personas con las que uno vive”. Pero resulta que ahora llega el momento de
convivir con el diferente, con el “otro”, con el que no es nativo y se producen
los grandes choques, las nefastas contiendas.
A pesar de los alientos científicos por la
supervivencia de las especies, sobre todo la humana, y de los frenesíes del
mundo del arte por la cultivo del mestizaje, es un traspiés considerar a la
humanidad por su relación al que es distinto. Nadie es sólo una cosa. Ni nadie
es el cielo y el otro, por ser diferente, el infierno. Somos eso y mucho más,
ciudadanos de un mundo, que ha de borrar la palabra extranjero. Todos vivimos
en un mismo planeta, bajo un mismo firmamento. Estamos, pues, predestinados a
aceptar al otro y formar la gran familia humana, donde ya no es posible
levantar fronteras ni frentes. Ningún ser humano debe considerarse forastero en
esta vida. Y si nadie lo es, ¿cómo pueden defender ciertos grupos determinadas
identidades, sí la especie humana es sólo una y en relación con todas?
Los ordenamientos jurídicos de las
naciones deben salvaguardar la especie humana, en relación a proteger la vida
comunitaria, desde el derecho a la existencia. Todos somos dignos de existir,
con nuestras maneras de vivir. Siempre que para vivir se deje vivir al otro.
Será posible soñar un mundo nuevo sin perder las raíces de la aldea, cuando los
planes de estudios, consideren que la educación de una sociedad pluralista,
como la que se nos avecina, debe ser abierta a todas las diversidades. El
derecho a la coexistencia implica, naturalmente, para todas las gentes y
Estados, el respeto más escrupuloso a su propia lengua y a su cultura. Es a
través de su expresión como un pueblo defiende su soberanía y singularidad.
En el delirio xenófobo, que tanto nos
inunda por desgracia, se hallan autoestimas lesionadas e identidades
extraviadas. El problema no se solventa encarcelando a los autores de los
hechos delictivos, a esos jóvenes que para divertirse se empapan de alcohol y
drogas, sino transmitiendo valores que nos humanicen; y que, sobre todo, nos
hagan valorar más la vida, la existencia humana. Cada día son más las
dificultades para aceptar al otro porque es diverso, incómodo, extranjero,
enfermo, minusválido, viejo... Nos falta esa atmósfera de respeto y de
recíproca acogida y nos sobran movimientos de altanería, contrarios al
humanismo, a la liberación de ataduras, al auténtico avance humano. No hay
progreso si no hay humanidad.
Hemos perdido la moda de amar sin
condiciones, de donarnos sin letra de cambio. A veces da la sensación de que
todo el mundo se mueve bajo sospecha. Nadie se fía de nadie. Todo lo enseñamos
sin un mínimo de amor. Estudiamos el cuerpo humano sin alma. El lenguaje sin
estilo. El habla sin docencia. La historia sin lenguaje. No sé si la conciencia
ha muerto en el ser humano, pero en las aulas tampoco se enseña
humanísticamente. Cuestión que es preocupante. Por eso, a mi juicio, es tan
importante que los científicos aviven la ciencia de la vida, los artistas
cultiven la cultura del mestizaje y los filósofos unjan el culto a la estética
de la ética. Mediante esa unificación inventiva, se me ocurre que, hay que aclamar
otro futuro, que no está en la titulación académica obtenida, sino en el
talento a convivir con el otro. Se buscan talentos con otro talante: el del
amor de amar amor.
Necesitamos que el mundo se impregne de
cultura. Tanto de arte como de ciencia y de ética. Precisamente, hace unos
meses acudí a la presentación de uno de los últimos libros del poeta Rafael
Guillén, donde un físico desgranaba la teoría científica en sus poemas. Esa
observación del físico y del poeta, del poeta y del físico, fue enriquecedora.
Por eso, es saludable para que permanezca la heterogeneidad en el mundo, el
entusiasmo con que muchos científicos buscan la belleza. O la de poetas y
escritores que bucean a la inversa, autoproclamándose escritores cuánticos. Ni
la ciencia, ni el arte, ni las personas, pueden permanecer autosuficientes y
aislados. Es muy de agradecer, el esfuerzo de individuos y asociaciones, que
dedican su tiempo en animar la integración. Sólo desde un espíritu de
entendimiento, se puede aceptar al otro. Y en esto, hoy por hoy, sí que andamos
rondando el deficiente, los pueblos, las naciones y, el mismo mundo, con sus
humanos / hermanos. Desde luego, sería un absurdo, que teniendo grandes
científicos, artistas y filósofos, desapareciese la especie humana, la que verdaderamente
hemos de proteger por encima de todo.
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